La princesa no tiene madre,
ni padre, ni hermano,
y ve que la vida se escapa
de entre sus manos.
Sentada en una silla está,
sola, dentro del castillo,
esperando a aquel que llegará
montado en un caballo.
Oye la princesa un corcel.
Rápido, se levanta y se asoma,
y suspira, pensando:”Es él”.
Pero el destino es cruel,
y no repara en quien viene por la loma.
-¡Oh, mi princesa, ven!
Ven a mí, quiero verte.
No me trates con desdén.
No me hieras de muerte.
La princesa comenzó a bajar,
quedó paralizada por un disparo.
No sabía que existía el mal
hasta que vio a su amado,
que lo habían matado.
MARÍA GARCINUÑO GARROSA. 4º ESO
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