Había pasado una hora olfateando casi todos los rincones de la casa, buscaba el calcetín rojo. Con mucho esfuerzo había buscado debajo de las camas, en el antiguo cajón de los juguetes, en la cocina y hasta en los armarios, claro que para un perro buscar dentro de los armarios debe de ser complicado, pero él no era un perro cualquiera.
Su niño le había enseñado muchas cosas: a utilizar las patas para abrir las puertas, entrar y salir de casa sin que mama se diera cuenta y a ladrar como si alguien tocara la puerta. Justo cuando mamá sacaba las galletas del horno, el pequeñín de puntillas robaba un par de ellas, siempre había una para él.
Los calcetines rojos eran sus favoritos. Después de la ducha siempre pedía a mama que se los pusiera, eran de algodón y tenían patitas de goma en la parte de abajo. Al ponérselos salía disparado a buscarlo.
–No corráis dentro de la casa- decía mamá. Pero no la escuchaban.
Ese momento era mágico para los dos. Corrían alrededor de la mesa, iban detrás de la pelota, se metían debajo de los muebles y de las camas… cualquier aventura. Para un perro tener un compañero de juegos que anda a dos patas es un poco extraño, pero no se lo cuestionaba demasiado, solo esperaba ansioso a que mamá sacara de la cómoda el par de calcetines rojos para que comenzara la diversión.
Pero el tiempo pasa y aquella época parecía cada día más lejana. El niño ya no robaba galletas ni lo buscaba para correr alrededor de la mesa… Él tampoco era el mismo, el amigo alegre y activo siempre listo para corretear había desaparecido. Poco quedaba. El pequeñín antes era más bajo, ahora un poco más alto, iba todos los días a su cama a saludarlo y a darle un rapidísimo paseo alrededor de la casa, ya no corrían juntos pero se acompañaban con la seguridad de que compartían una amistad intacta.
Un día el de la bata blanca “él medico” se acercó a él sin medicinas ni inyecciones, acarició su cabeza y mirando al pequeñín les dijo –“Es hora de no volver”-
No se sabe cuántas palabras pueden entender los perros pero este, al escuchar estas palabras, se quedó feliz. Al llegar a casa solo quería conseguir ese calcetín.
Aquella mañana su niño fue a despertarlo para darle su rapidísimo paseo matutino pero él ya no despertó. Cuando le sacaron de su cama encontraron entre sus patas un par de calcetines rojos con patitas de goma en la parte de abajo.
ÓSCAR TAPIA CABALLERO 1º ESO B
2 comentarios
Me encanta. Que tiemblen los escritores porque este niño a su edad se expresa mejor que muchos de ellos.
Sigue así. Te animo a seguir escribiendo
Uffff!!!! Sin palabras me he quedado.. cuanto sentimiento y cuanto amor transmite.. me parece que si se lo propone puede escribir grandes cosas. No te rindas y sigue adelante!!!