Mi primera noche en la prehistoria fue horrible: Hacía tanto frío que se me congelaban los párpados, y no dejaba de pensar en lo bien que dormía en mi casa, al lado de la chimenea, con mi manta…
Cuando me desperté, vi a un gran león al lado de mi cueva y, de repente, todos los que habitaban en la cueva fueron a por sus lanzas y empezaron a luchar contra él. Yo pensé: “¿por qué no le asustan con fuego?” y decidí enseñarles lo que era el fuego y cómo lo podían utilizar. En cuanto se lo enseñé, todos quedaron sorprendidos, y empezaron a hablar entre ellos en un idioma raro, creo que creían que era una especie de dios.
Decidí que podría enseñarles mi idioma y así podría entenderles mejor. Se lo enseñé, y me dijeron: ¿quién eres? ¿Eres un dios? Yo les dije que no y que era una persona como ellos.
Aquel día me lo pasé fenomenal, porque me enseñaron muchas cosas: A hacer una de sus cabañas, a hacerme un traje prehistórico,…
Decidí que me quedaría allí a vivir, y que les diría a mis padres y a mi hermano que se vinieran a vivir conmigo. Les tenía pensado presentar a todos mis amigos. Les contaría todo lo que me había pasado, pero justo en ese momento, noté un escalofrío, me levanté de la cama, fui a coger la antorcha y no la encontraba. No me lo podía creer: estaba en mi casa y todo lo que me había pasado había sido un sueño.
Estaba triste porque quería volver, pero por lo menos ya no había leones, ni toros, y estaba con mi familia.
Pensé un rato y decidí coger una hoja y un lápiz y relatar todo lo que me había pasado. Esa hoja estuve cuidándola siempre y decidí que jamás olvidaría mi experiencia en la prehistoria.
Lucía Jiménez Hernández 1º C ESO
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